jueves, 8 de agosto de 2013

Cap Roig sucumbe al carisma de Melendi

Texto y fotos: Noelia Baldrich


Aplacar el sonoro silencio de estos bucólicos jardines situados al susurro del Mediterráneo y  romper la encorsetada rigidez que impone la majestuosidad del castillo de Cap Roig fue la gran gesta que protagonizó Melendi en el  concierto que ofreció el pasado martes 6 de agosto en el Festival de Calella de Palafrugell. Salió triunfal de una contienda musical que por su solemnidad presenta grandes desafíos. De antemano, para aparecer en tal prestigioso cartel es condición sine qua non presentar una carrera musical exitosa. En estas lides el cantante asturiano presenta una laureada hoja de servicios: seis discos de estudio, un millón y medio de copias vendidas, dos discos de oro y nueve de platino, siempre en la cresta de la ola de los top ten,  y un magnetismo popular que le está llevando a conquistar Latinoamérica.
Melendi saltó al escenario de Cap Roig con la garra que le caracteriza dispuesto a conquistar tan idílico paraje. 

La siguiente hazaña que logró el aclamado intérprete fue vender todas las entradas con unas tarifas que estaban por las nubes, ya se sabe que el cielo de la Costa Brava siempre cotiza alto.  2118 butacas  -mejor utilizar platea o “llotja VIP” en un  marco tan chic-. Cabe remarcar que en esta ocasión su ejército de guerreros ofrecía una aspecto más burgués: americanas, camisas un punto desbrochadas y mocasines vestían ellos, que, sorprendentemente, eran muchos más que en otras ocasiones; y vistosa bisutería, zapatos de tacón y faldas cortas lucían las guerreras. Un público de paladar fino, que venía a degustar tanto un repertorio musical sólido como el arte culinario de los hermanos Roca. Después del buen sabor de boca que dejaba ver el recinto a rebosar y saborear el suculento ágape o piscolabis llegaba la hora de saltar al ruedo.

Esplendoroso aspecto presentaba del Castillo de Cap Roig momentos antes del concierto del asturiano que registró lleno.

Los estrellados hermanos Roca por su arte culinario son los encargados de servir un ágape formal o un piscolabis en los jardines del prestigioso Festival de Calella de Palafrugell.
Sabido es que Cap Roig no es una plaza cualquiera, es arena de otro costal: un escenario marinero de primera, acompasado por la suave brisa de la tramontana y besado por un mar en calma, que amenaza en convertirse en territorio minado ante algún conato de desmadre rockero. ¿Pero?, si precisamente este Pirata del bar Caribe desembarcaba en la cala –eso sí, en coche- con crápulas intenciones: encender la guerra rockera con unos cuernos por bandera.  Salió al escenario entonando su lista de enemigos. El más difícil: ese silencio incómodo que impone la atmósfera protocolaria latente que coarta al más pintado.  Pícaras anécdotas para marcar… “el pómulo”, confesiones íntimas, y sutiles instrucciones le valieron al avispado cantautor para romper la ley de la gravedad y poner en pie hasta al publico de más edad.

Que el cielo espere sentao, no sólo fue una canción, también la sensación que tuvieron los allí presentes mientras disfrutaban de su potente directo.

Los primeros minutos el “seny català” marcó la batuta pero tras La tortura de Lyss, empezó la gente a desmelenarse. Y es curioso como el comportamiento humano en situaciones parecidas se rige por una conducta pautada. “Oye quieres sentarte”, le espetaron unas guerreras a uno de los primeros que se atrevió a levantarse de la butaca y empezar a disfrutar. Una escena que no volvió a repetirse, ver los gestos del asturiano sobre el escenario era Cuestión de Prioridades, así, que el respetable perdió el respeto y como un Loco de atar se puso en pie Como una vela. A partir de entonces, el que De pequeño fue el coco, ahora con 34 primaveras, y muchas tablas a sus espaldas inyectó en vena un chute de adrenalina con Lágrimas desordenadas.


Dos horas de concierto para ofrecer un repaso a su carrera musical. El single Lágrimas desordenadas desató la locura entre un público completamente entregado.  

Un derroche de euforia desordenó todo: las gradas vibraban al son de cantos, saltos, palmadas, piropos… El deleite artístico se apoderó de cada una de las almas presentes. Los mayores encarnaban la “Generación rock”, los más pequeños empezaban a disfrutar de uno de los placeres de la vida y la conocida como “generación perdida” encontraba los motivos para agarrarse a su existencia vital: “Que el cielo espero sentao” gritaban. La conexión fue total y eso que no era digital –su red social está que echa humo-. 

Carlos Rufo y José de Castro, (en pantalla) fueron dos de los pistoleros que junto al resto de la banda cabalgaron con un directo potente y enérgico.

Los encargados de la metralla sonora fueron sus guitarras:  José, Carlos, Alex y Javi que como  Billy, el pistolero dispararon incendiarios riffs de altos vuelos, incluso posando el arma cargada sobre los hombros y de espaldas. Estaba claro que el libro de José de Castro “Guitarra para torpes” –muy didáctico para el resto- no iba con ellos. En esta ocasión es justo dar bombo y platillo el batería Enzo Fillipone, que repartió muchas nueces con poco ruido, y que tan magistralmente invierte el dicho. Si su lucimiento sobre el escenario queda algo eclipsado por las imágenes de una luna llena, comprobamos que en tierra firme rompe más de un plato. Pudimos atisbarlo antes del concierto en la zona del bar, bajo el ala de un sombrero, platicando y llevándose el gato al agua.  No olvidamos las notas de un lustroso piano de cola, a manos de Luca Germini,  el pianista que se ha incorporado en esta gira y que casó muy bien en el pudiente ambiente.

Es sorprendente el gancho que tiene Melendi con los niños. Xavier, de 10 años, de la Bisbal, fue uno de los tantos chiquillos que acudieron al concierto y que disfrutaron como  enanos.



Dos horas de concierto para cabalgar por una década de trayectoria musical. 25  cortes, en los que el rockero callejero derrochó carisma Con solo una sonrisa, paseó por la Calle Pantomima para “con dos cojones” repasar sus éxitos. Se acercaba la medianoche y tras De repente desperté, él y su “troupe” abandonaban el escenario. La reacción ante tan brusco despertar no se hizo de esperar. De repente apareció el hooligan que todos llevamos dentro: un estruendoso pataleo acompañado de gritos y silbidos reclamaron su vuelta al ruedo. El “milindri” se hizo el duro y tras tres minutos de jaleo apareció entonando: “Eres tan dura como la piedra de mi mechero”.  Sus guerreras no se lo toman en serio, antes ya le habían tatareado que “Por amarte tanto, muero yo”. Quedaban apenas unos minutos para que caducase la velada por eso los dedicó a Una canción de amor caducada y a recuperar a su compañero de correrías, el arriba mencionado pistolero. Y vino a cuento porque el Castillo de Cap Roig pasó a ser esa noche un fuerte rockero con un jardín nuevo, “El jardín de la alegría” que nos hizo más felices ese día. Terminó la fiesta con un galón nuevo: el de auténtico caballero. No hubo ni enemigos, ni demonios, ni poderoso dinero que pudieran comprar esos momentos, solo los vivimos al calor de su voz con su Cheque al portamor



Cap Roig se rindió al carisma de Melendi.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario